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SUPUESTO FANTASMA DE JUAN GABRIEL EN JUAREZ

A varios días de la muerte del divo de juárez quien perdiera la vida a sus 66 años a causa de un infarto en el estado de california, nuevamente el cantante y compositor da de que hablar ya que habitantes de ciudad juárez aseguran que después de tomar una fotografía a ofrendas que mismos habitantes depositaron en la casa donde la madre de Juan Gabriel vivió mucho tiempo.

Al volver a ver las fotografías tomadas en ese lugar con el fin de recordar lo que había sucedido en ese momento, se percataron de que al fondo en la ventana se aprecia lo que se presume podría ser un ente sobrenatural y especulan que podría tratarse del Divo de Juárez. ya que en ese momento la casa se encontraba completamente desabitada y con candados en las puertas principales, lo que da a suponer que no se encontraba nadie al interior, además testimonios de vecinos aseguran que el predio tenía meses sin ser habitado. el revuelo por la imagen donde supuestamente se puede ver al oriundo de parácuaro tomó dimenciones virales, luego de que algunos aceveran que la silueta aparecida sería el fantasma de Juan Gabriel, mientras que algunos aseguran que la foto es fidedigna otros "profesionales" dicen no poder dar certeza a dicha informacion; sin embargo las especulaciones siguen dando de que hablar hasta que, esta supesta aparición sea confirmada o desechada.

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#PARANORMAL En un bosque de China un turista asegura haber fotografiado a un 'monstruo'.


De acuerdo con el testimonio, el hombre se encontraba acampando con algunos amigos en un valle del distrito pequinés de Huairou, cercano a la Gran Muralla, cuando vio a la criatura.

"Caminé un poco para hacer pipí y de repente vi al monstruo. Tomé algunas fotografías de él, pero ahora estoy aterrorizado", contó el vacacionista, que prefirió mantener su nombre en el anonimato.

En la imagen se aprecia a un ser rosado de grandes orejas en cuclillas en un área rocosa.

Pero, al parecer, un cibernauta que comentó la noticia en la prensa local, tiene la explicación del misterio.

"Durante el fin de semana, mis amigos y yo fuimos a las montañas a filmar una película de ciencia ficción", aseguró.

"Y cuando estaba orinando, una persona apareció en el lugar y tomó fotos de mí y del paisaje", añadió.

Fuente: excelsior
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#VIDEO La granja del bebe extraterrestre


En este episodio de en busca de ovnis, el equipo de investigación viaja a México para investigar los videos de la nave nodriza, unas imágenes increibles de los que algunos creen que es una nave de la que salen cientos de ovnis más pequeños en el cielo de México.


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#VIDEO Ovnis pruebas que te dejaran sin palabras



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#VIDEO Ovni estrellado en Puebla México



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#LEYENDA El Callejón del Muerto - Leyenda del Estado de México


Cuentan las leyendas populares, que al sonar las doce campanadas de la media noche en el doliente y melancólico reloj del convento del Carmen, un fantasma impreciso, una vaga silueta, mezcla de luz y de sombra, atravesaba el entonces cementerio, salía a la calle del Cura Merlín y torciendo por el que más tarde se llamara callejón del Muerto, desaparecía al pisar los umbrales de un viejo y chaparro caserón bautizado por el vulgo con el título de “Casa de las Animas”.

Dentro de aquella casa misteriosa, de sórdida apariencia, se realizaran, quizá, cosas estupendas y sobrenaturales… ¡Arrastrar de cadenas y gritos moribundos!... !Danzas macabras de esqueletos y brujas!,.. ¡Llamas azuladas y búhos de miradas demoniacas!... ¡Viejas, horriblemente viejas, de rostros macilentos y colmillos muy largos, muy largos!... ¡Oscuras cuevas, apenas alumbradas por informes hogueras de canillas humanas, donde celebrariase el Aquelarre!... ¡Todo misterioso, macabro, espeluznante!

La fantasía popular, a este respecto fecundísima, había rodeado aquella casa y aquella historia o leyenda, de tal número de mentiras y supercherías, que las viejas timoratas, y los viejos, y los niños, no osaban transitar por aquella calleja una vez sonado el toque de oración, sin haber rezado cuatro o cinco Padre-nuestros y haberse persignado, por lo menos doble número de veces.

Y es que la leyenda que sobre el tal callejón se contaba, no era para menos, había sido bastante sugestiva y novelesca para darle fama en muchas leguas a la redonda, sirviendo lo mismo para amedrentar a los niños, que para entretener a los viejos.

Era yo muy pequeño cuando conocí la famosa historia (contaría a lo sumo doce años), y como todos los chiquillos de mi edad, era afecto, en grado superativo, a oír de labios del achacoso abuelo o de los de la complaciente nodriza, los portentosos relatos, llenos de maravillas, de quimerismos y hazañas estupendas, atribuidos, casi siempre, a héroes novelescos, que en la mayoría de los casos, resultaban ser hijos de poderosos reyes o monarcas de la India, quienes, como en los cuentos de Las Mil y Una Noches, tenían que exponer veinte veces la vida en formidable y desigual pelea contra monstruos plutónicos o dragones de incontables cabezas, para liberar a una princesita rubia, prisionera de alguna hada maligna, que le había hecho víctima de sus brujerías, y a la que siempre libertaba el príncipe, obteniendo su mano y realizando a la postre unos esponsales tan llenos de esplendor y de lujo, que su solo relato era suficiente para dejarnos boquiabiertos, como quien mira visiones.

Por estas y muchas otras causas, cuando en aquel entonces, y en virtud de no sé qué trebejos encontrados en la “Casa de las Animas”, al hacer unas excavaciones, se volvió a poner el tapete de la curiosidad publica la tan traída y llevada historia del callejón del Muerto, no pare en mis investigaciones hasta lograr que una conserva de años a quien llamábamos la Nanita, mujer que desempeñaba a la sazón el oficio de cocinera en mi casa, me contara una noche, al amor de las hornillas y junto al recién fregado y rojo brasero, aquella espeluznante historia que en no lejanas épocas había tenido la fuerza de interesar a propios y extraños, dando origen y renombre al famoso y discutido callejón del Muerto.

Alguien me ha dicho que la leyenda que me fuera referida por la vieja sirvienta, adolece de algunos errores históricos; pero como en este caso yo trato solamente de referir lo que me contaron, sin pretensiones de historiógrafo, dejo a la credulidad de mis lectores el aceptarla o no como autentica, que harta paciencia he necesitado yo también para garrapatear estos renglones, y ¡váyase lo uno por lo otro! Y sin más discreciones, entramos de lleno al asunto.

Allá por los años de La Llorona, cuando es fama, según los empolvados cronicones de la época, que en México pasaban cosas increíbles y asombrosas, vino a Toluca, un extraño y misterioso matrimonio formado por una encantadora muchacha de tez pálida y morena, poseedora de unos ojos que, según dicen, alumbraban como luceros, y un viejo, muy entrado en años, de aspecto huraño, continente airado y antipático, a quien daba marcado aspecto de ferocidad el escalofriante mirar de sus ojos mefistofélicos; matrimonio que ocupo por entero una de las casitas del callejón de nuestra historia, casa que, por su lujo, por la riqueza de sus muebles y por el ambiente de misterio que rodeaba a sus moradores (pues nadie sabía quiénes eran o de dónde venían), había cautivado por completo la atención y la curiosidad de los desocupados y murmuradores vecinos del barrio del Carmen. Por lo que no es de extrañar que, en su afán de adquirir noticias sobre los recién venidos, llegaran a exponerse a recibir más de cuatro “descolones” de parte del intratable viejo, que nunca soltaba prenda y si, a menudo, cada interjección que temblaba Cristo.

Aquella curiosidad y maledicencia del vecindario hubieran quedado del todo defraudadas, si la indiscreción de una sirviente, que hacía poco, entrara en la casa, no hubiera venido en su ayuda, al revelar algunos detalles, muy pocos por cierto, que hicieron cierta luz entre tantas tinieblas: “que el señor se llamaba, Don Carlos Lopez y Mendoza; que era español de origen; que su mujer, una niña retechula, se llamaba Carmen y era, al parecer, mexicana; que algo muy grave debía haber entre ambos, porque nunca se hablaban a la hora de las comidas; que la señor se pasaba la mayor parte del día encerrada en su recamara, llorando inconsolablemente y besando el retrato de un niño pequeño que se le parecía mucho (ella lo había observado a hurtadillas) y… ” ¡Nada más!

¡Ah, sí!... que una noche había visto que el señor salía del cuarto de la señora y que esta, en medio de un mar de lágrimas, sollozando desesperadamente, le demandaba con voz conmovedora: “!Carlos, mi hijo!... devuélveme a mi hijo!” ¡Si ustedes la oyeran como lloraba!... (decía la sirvienta, en medio de un corro de comadres). ¡Pobre niña; se le hacía a uno un nudo en la garganta!...

Y, ¡eso era todo!...

Como se comprenderá fácilmente, aquello vino a avisar más aun la insatisfecha curiosidad de los vecinos, quienes, cada uno a su modo y según su imaginación y temperamento, fabricaron treinta historias distintas sobre los impenetrables vecinos del número 7, vecinos que, encerrados en el misterio de sus habitaciones, apuraban quien sabe que extrañas y abracadabrantes aventuras.

Así las cosas, una noche, a eso de las doce (hora de los fantasmas y las brujas), un disparo, que por la estrechez del callejón debió oírse formidable, vino a interrumpir el tranquilo sueño del vecindario, haciendo que los amedrentados colindantes, todos temblorosos y a medio vestir, salieran, cada quien de su casa, como búhos en su nido, a enterarse del motivo de aquella inesperada detonación, que había sembrado el pánico y la zozobra en más de cuatro espíritus pusilánimes.

Poco después llegaba la policía recogiendo de en medio de la calle, el cadáver de un hombre, aparentemente y visto a la luz de las gendarmeriles linternas, joven y no mal parecido. Tenía una bala incrustada en la sien derecha, la que debió producirle una muerte instantánea.

Como del interior de la casa misteriosa partieran sollozos estridentes y gritos estentóreos demandando auxilio, el jefe de la policía, al penetrar al interior de la casa, había encontrado a la infeliz sirvienta presa del terror más angustioso y con la razón extraviada, y al llegar a la recamara de la infortunada Doña Carmen, un cuadro por demás horrible y macabro, pues esta yacía en medio de un mar de sangre, con la cara completamente desfigurada, el cráneo hendido y roto y los miembros increíblemente mutilados, prueba inequívoca de la furia infernal que debió apoderarse de su asesino.

Cerca del cadáver, como cuerpo del delito, fue encontrado un primoroso alfanje morisco, arrancado no se sabe de qué rica panoplia, con el cual aquella bestia humana había dislacerado y herido aquella carne sonrosada y bellamente morena, que aun en medio de tanta sangre, resultaba tentadora en sus desnudeces…

Una roja lamparilla, pendiente del techo, hacia más roja aun aquella roja escena de sangre.

¿Qué había pasado ahí?... ¿Qué oscuro y formidable drama se había desarrollado algunos momentos antes entre la víctima y su verdugo, aquel sanguinario y brutal asesino, que tanta saña había demostrado al perpetrar su enorme crimen?

¿Quién era el autor de aquella feroz hazaña, en la que habían perdido la vida dos seres humanos?

¡Don Carlos! ¡Don Carlos!

Lo habían señalado desde luego los vecinos del barrio. Él era, a no dudarlo, el cobarde asesino de Doña Carmen y del desconocido, cuyo cadáver fuera encontrado en mitad de la calle; porque era de presumirse que una misma mano había disparado la pistola sobre el uno y esgrimido el alfanje sobre la otra.

Pero Don Carlos había escapado.

Como todos los cobardes, había huido después de perpetrar el doble crimen, marcando con huellas sangrientas su paso a través de las habitaciones, hasta el corral, cuyas tapias pudo escalar fácilmente sin gran esfuerzo.

Fueron inútiles todas las pesquisas realizadas por la policía, que no debe de haber sido ni más eficiente ni más activa que la de hogaño.

¡Tarea inútil!... Don Carlos se esfumo definitivamente del horizonte.

Sin embargo, la luz se hizo, gracias a una carta encontrada entre los papeles del individuo que sucumbiera a manos de don Carlos.

La carta era de Doña Carmen y decía lo siguiente:

Señor Fernando de Santillana.-
Presente.

Querido hermano:

Es absolutamente preciso que yo te hable esta noche - (la de los acontecimientos).

Mi marido tiene sospechas de mi conducta y duda de mi fidelidad. ¡Esto es horrible! Como no le he podido revelar el secreto de nuestro nacimiento, está en la creencia de que eres mi amante y de que yo lo estoy traicionando.

¿Qué hacer? ¿habrá necesidad de deshonrar a nuestra querida muerta para salvar mi honor?... ¡Pobre madre mía!

La desesperación me mata. No sé qué hacer. ¡He llorado tanto! Mas lo que colma la copa de mis sufrimientos, es el hecho dolorosísimo de que, en su desconfianza, ha llegado a dudar el insensato, de que su hijo lo sea de verdad y lo ha separado de mi lado, para darle, acaso, la muerte.

Ven por Dios, esta noche, pues necesito tus consejos. Todo lo temo de este hombre, a quien odio, por su brutalidad y sus excesos.

Tu pobre hermana Carmen.

Y es fama en Toluca que desde entonces, al sonar las doce campanadas de la medio noche, en el doliente y melancólico reloj del convento del Carmen, un fantasma impreciso, una vaga silueta, mezcla de luz y de sombra, atravesaba el entonces cementerio, salía a la calle del Cura Merlín y, torciendo por el callejón del Muerto, desaparecía al pisar los umbrales del viejo y chaparro caserón bautizado por el vulgo con el título de: “Casa de las Animas”…
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#RELATO #LEYENDA El fantasma de la Monja - Leyenda de Distrito Federal


Cuando existieron personajes en esa época colonial inolvidable, cuando tenemos a la mano antiguos testimonios y se barajean nombres auténticos y acontecimientos, no puede decirse que se trata de un mito, una leyenda o una investigación producto de las mentes de aquel siglo. Si acaso se adornan los hechos con giros literarios y sabrosos agregados para hacer más ameno un relato que por muy diversas causas ya tomo patente de leyenda. Con respecto a los nombres que en este cuento aparecen, tampoco se ha cambiado nada y si varían es porque en ese entonces se usaban de una manera diferente nombres, apellidos y blasones.

Durante muchos años y según consta en las actas del muy antiguo convento de la Concepción, que hoy se localizaría en la esquina de Santa María la Redonda y Belisario Domínguez, las monjas enclaustradas en tan lóbrega institución, vinieron sufriendo la presencia de una blanca y espantable figura que en su hábito de monja de esa orden, veía colgada de uno de los arbolitos de durazno que en ese entonces existían. Cada vez que alguna de las novicias o profesas tenían que salir a alguna misión nocturna y cruzaban el patio y jardines de las celdas interiores, no resistían la tentación de mirarse en las cristalinas aguas de la fuente que en el centro había y entonces ocurría aquello, tras ellas, balanceándose al soplo ligero de la brisa nocturnal, veían a aquella novicia pendiente de una soga, con sus ojos salidos de las orbitas y con su lengua como un palmo fuera de los labios retorcidos y resecos; sus manos juntas y sus pies con las puntas de las chinelas apuntando hacia abajo.

Las monjas huían despavoridas clamando a Dios y a las superioras, y cuando llegaba ya la Abadesa o la madre tornera que era la más vieja y la más osada, ya aquella horrible visión se había esfumado.

Así, noche a noche y monja tras monja, el fantasma de la novicia colgando del durazno fue motivo de espanto durante muchos años y de nada valieron rezos ni misas ni duras penitencias ni golpes de cilicio para que la visión macabra se alejara de las santa casa, llegando a decir en ese entonces en que aún no se hablaba ni se estudiaban estas cosas, un caso típico de histerismo provocado por el obligado encierro de las religiosas.

Mas una cruel verdad se ocultaba en la fantasmal aparición de aquello monja ahorcada, colgada del durazno y se remontaba a muchos años antes, pues debe tenerse en cuenta que el Convento de la Concepción fue el primero en ser construido en la Capital de la Nueva España, (apenas 22 años después de consumada la Conquista y no debe confundirse convento de monjas-mujeres con monasterio de monjes-hombres), y por lo tanto el primero en recibir como novicias a hijas, familiares y conocidas de los conquistadores españoles.

Vivian pues en ese entonces en la esquina que hoy serían las calles de Argentina y Guatemala, precisamente en donde se ubicaba muchos años después una cantina, los hermanos Avila, que eran Gil, Alfonso y doña María a la que por oscuros motivos se inscribió en la historia como doña María de Alvarado.

Pues bien esta doña María que era bonita y de gran prestancia, se enamoró de un tal Arrutia, mestizo de humilde cuna y de incierto origen, quien viendo el profundo enamoramiento que había provocado en doña María trato de convertirla en su esposa para así ganar mujer, fortuna y linaje.

A tales amoríos se opusieron los hermanos Avila, sobre todo el llamado Alonso de Avila, quien llamando una tarde al irrespetuoso y altanero mestizo, le prohibió que anduviese en amoríos con su hermana.

- Nada podéis hacer si ella me ama – dijo cínicamente el tal Arrutia -, pues el corazón de vuestra hermana a tiempo es mío; podéis oponeros cuanto queráis, que nada lograreis. -

Molesto don Alonso de Avila se fue a su casa de la esquina antes dicha y que siglos después llamara del Relox y Escalerillas respectivamente y hablo con su hermano Gil a quien le contó lo sucedido. Gil pensó en matar en un duelo al bellaco que se enfrentaba a ellos, pero don Alonso pensando mejor las cosas dijo que el tal sujeto era un mestizo despreciable que no podría medirse a espada contra ninguno de los dos y que mejor sería que le dieran un escarmiento. Pensando mejor las cosas decidieron reunir un buen monto de dinero y se lo ofrecieron al mestizo para que se largara para siempre de la capital de la Nueva España, pues con los dineros ofrecidos podría instalarse en otro sitio y poner un negocio lucrativo.

Cuentase que el mestizo acepto y sin decir adiós a la mujer que había llegado a amarlo tan intensamente, se fue a Veracruz y de allí a otros lugares, dejando transcurrir los meses y dos años, tiempo durante el cual, la desdichada doña María Alvarado sufría, padecía, lloraba y gemía como una sombra por la casa solariega de los hermanos Avila.

Finalmente, viendo tanto sufrir y llorar a su querida hermana, Gil y Alonso decidieron convencer a doña María para que entrara de novicia a un convento. Escogieron al de la Concepción y tras de reunir otra fuerte suma como dote, la fueron a enclaustrar diciéndole que el mestizo motivo de su amor y de sus cuitas jamar regresaría a su lado, pues sabían de buena fuente que había muerto.

Sin mucha voluntad doña María entro como novicia al citado convento, en donde comenzó a llevar la triste vida claustral, aunque sin dejar de llorar su pena de amor, recordando al mestizo Arrutia entre rezos, ángelus y maitines. Por las noches, en la soledad tremenda de su celda se olvidaba de su amor a Dios, de su fe y de todo y solo pensaba en aquel mestizo que la había sorbido hasta los tuétanos y sembrado de deseos su corazón.

Al fin, una noche, no pudiendo resistir más esa pasión que era mucho más fuerte que su fe, que opacaba del todo a su religión, decidió matarse ante el silencio del amado de cuyo regreso llego a saber, pues el mestizo había vuelto a pedir más dinero a los hermanos Avila.

Cogió un cordón y lo trenzo con otro para hacerlo más fuerte, a pesar de que su cuerpo a causa de la pasión y los ayunos se había hecho frágil y pálido. Se hinco ante el crucificado a quien pidió perdón por no poder llegar a desposarse al profesar y se fue a la huerta del convento y a la fuente.

Ato la cuerda a una de las ramas del durazno y volvió a rezar pidiendo perdón a Dios por lo que iba a hacer y al amado mestizo por abandonarla en este mundo.

Se lanzó hacia abajo… sus pies golpearon el brocal de la fuente.

Y allí quedo basculando, balanceándose como un péndulo blanco, frágil, movido por el viento.

Al día siguiente la madre portera que fue a revisar los gruesos picaportes y herrajes de la puerta del convento, la vio colgando, muerta.

El cuerpo ya tieso de María de Alvarado fue bajado y sepultado esa misma tarde en el cementerio interior del convento y allí pareció terminar aquel drama amoroso.

Sin embargo, un mes después, una de las novicias vio la horrible aparición reflejada en las aguas de la fuente. A esta aparición siguieron otras, hasta que las superiores prohibieron la salida de las monjas a la huerta, después de puesto el sol.

Tal parecía que un terrible, sino, el más trágico perseguía a esta familia, vástagos los tres de doña Leonor Alvarado y de don Gil Gonzalez Benavides, pues ahorcada doña María de Alvarado en la forma que antes queda dicha, sus dos hermanos Gil y Alonso de Avila se vieron envueltos en aquella conspiración o asonada encabezada por don Martin Cortés, hijo del conquistador Hernán Cortés y descubierta esta conjura fueron encarcelados los hermanos Avila, juzgados sumeriamente y sentenciados a muerte.

El 16 de julio de 1566 montados en cabalgaduras vergonzantes, humillados y vilipendiados, los dos hermanos Avila, Gil y Alonso fueron conducidos al patíbulo en donde fueron degollados. Por órdenes de la Real Audiencia y en mayor castigo a la osadía de los dos Avila, su casa fue destruida y en el solar que quedo se aro la tierra y se sembró con sal.
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